El lunes estuve en el Aula Magna de la FADU para ver con qué nos sorprendía el hijo prodigo del Paraguay. Más allá del carisma y el buen humor de siempre y de su discurso en pos de recuperar la Universidad como productora de conocimiento, nos presentó varias obras ya conocidas, y otras no tanto. Personalmente, siempre me sentí atraído por su arquitectura y por la resolución técnica de sus proyectos, pero mi mayor interrogante se centraba en si podría superar la barrera de la pequeña escala. Por eso esperaba ansioso sus nuevos proyectos. Y sí, llegaron, y lo mejor de todo es que contestó mi interrogante de manera afirmativa. Presentó dos proyectos que no conocía: uno para la sede del Partido Comunista paraguayo, un edificio difícil de describir, con alguna reminiscencia del constructivismo ruso, pero sumamente interesante y el otro, una torre sostenida por tres pilares y tres tensores que se encuentra en construcción. Espero conseguir imágenes en breve, y también espero ansioso la finalización de esa obra para terminar de confirmar que el gran Solano no tiene techo (como sus baños del SITRADE).
Se despidió envuelto en una extensísima y merecida ovación, algo que no recuerdo haber vivido en la facultad. Sin dudas, lo más rescatable, es lo motivador de su discurso y sus obras que hacen evidente que no existen razones para no hacer buena arquitectura en este rincón del planeta.
Un amigo me decía: "Sí, todo muy lindo pero es de cabotaje". Para algunos etimólogos, cabotaje deriva del explorador y navegante veneciano Sebastíán Caboto, que a principios del siglo XVI exploró la Cuenca del Plata desde lo que hoy es Buenos Aires hasta el Paraguay. La definición exacta es: "navegación que se realiza sin perder de vista la costa". Exacto, Solano Benítez es de cabotaje, eso es lo genial.